En una ocasión, en algún día de mi niñez, estaba en el jardín de mi abuela, tome las ramas de un árbol, y empecé a arrancarle las hojas una a una, y las iba tirando al suelo, tan inservibles como parecían, después de llevar un buen montón arrancadas, llego mi tía, y empezó a observar.
- Deja de hacer eso, me dijo.
- Deja de hacer eso, me dijo.
- ¿Por qué? Le conteste yo.
- Porque lo que estas haciendo esta mal, estas lastimando al árbol, al árbol le duele que le arranques sus hojas.
- Claro que no, no le duele, un árbol no siente, si sintiera y le doliera podría hablar para decirlo.
- No por que no pueda hablar quiere decir que no siente dolor, un árbol es un ser vivo que siente, y lo que le estas haciendo le duele, es como si llegara alguien y te arrancara las uñas.
Después de decir eso, se marchó.
Me quede pensando mucho en lo que dijo, tal vez tenía razón, mire la rama a la cual le estuve arrancando las hojas, y arranque una hoja más, la fui desprendiendo poco a poco, fue una manera lenta y muy dolorosa para el árbol, quería ver si el árbol de algún modo me decía que dejara de lastimarlo, pero no, no lo hizo. De todos modos me detuve y deje de lastimarlo.
Todos los días salimos a caminar a un bosque gigantesco, a veces soy un joven explorador, que trata de observar a los árboles, analizarlos, identificar que tipo de árboles son, que tanto o que tan poco crecerán, si pueden llegar a dar frutos, y cuales serían esos, pero es imposible, hay tantos tipos de árboles, y yo no soy un botánico.
Algunas veces, entro a ese bosque, con hachas y navajas, y empiezo a talar a todos los árboles que me rodean, en vez de manos, tengo cuchillas, y empiezo a desgarrarlos, como si estuviera dispuesto a destruirlos.
Hay momentos en los que estoy acuchillando a los árboles, mutilándolos, con un deleite inmenso, tal vez, mientras destrozo las ramas, una sonrisa de regocijo aparece en mi cara, pero para cuando término, y dejo caer mi hacha, y guardo mis cuchillas, miro abajo, y no encuentro a mis pies, veo raíces, volteo a ver a mis manos, y veo ramas, ramas sin hojas, y es ahí cuando comprendo, lo muy equivocado que estoy, porque hago exactamente lo que no debo, acudo a los árboles, los maltrato y los mutilo, arranco sus ramas hasta destruirlos, de una manera tan sutil y tan astuta, que ni siquiera permito que se transformen en lo que verdaderamente son, y que tengan la oportunidad de hablar, y decir lo mucho que les duele.
Todos somos árboles andantes, árboles que pueden cortar, árboles que pueden destruir, árboles que difícilmente saben olvidar.